El grado de desarrollo e industrialización de los distintos países del ámbito occidental
hace imprescindible estar en condiciones de poder demostrar que los productos y servicios puestos en el mercado poseen un nivel de calidad reconocible, fijo, constante para todas las unidades producidas o prestadas, respectivamente.
Desde el punto de vista interno de la organización productiva o de servicio, supone la mejora no sólo del producto o servicio, sino también de la propia gestión y funcionamiento
de la organización.
Para poder proporcionar la confianza mencionada, es necesario estar en condiciones de poder demostrar que el nivel de calidad alcanzado es adecuado.
Una forma de demostración se articula mediante el cumplimiento de las normas internacionalmente admitidas, establecidas al efecto. Así, en el ámbito de las empresas, la serie de normas ISO 9000 establece los criterios mínimos a cumplir. Para los laboratorios
la norma a cumplir es la UNE-EN-ISO 17025 (que sustituye a la norma EN 45001).
La ventaja que ofrecen estas normas es la uniformización de los criterios y requisitos a cumplir, de forma que se tiene "un único rasero" por donde medir a todas las organizaciones que quieran demostrar su buen hacer.
Esta afirmación ha venido siendo válida y suficiente hasta hace unos años pero, como se verá más adelante, hoy es ya insuficiente. La complejidad de los mercados debido al aumento de la competencia y la facilidad creciente para los envíos o desplazamientos
(comercio vía INTERNET, etc.) empuja hacia la necesidad de la mejora continua. Esta última característica es quizás la más revolucionaria, en el sentido de que cada vez es más evidente que únicamente los productos innovadores, que además cumplan todo el ámbito reglamentario y contractual que les sea de aplicación, tienen posibilidades de encontrar comprador a precios adecuados.
Para llegar a este estado, en el ámbito de la calidad, se han ido dando pasos continuos, desde el comienzo de la época industrial, como se verá a continuación.
Los distintos conceptos de la calidad se deben a las distintas épocas históricas, en las que la evolución de las técnicas ha traído también nuevas prácticas y mejoras de la gestión desde el punto de vista de la calidad de los productos y/o servicios prestados.
Así, se puede situar una fase entre los años 1940 y 1960 en los que la necesidad de productos hacía que todo lo producido se vendiese, de una manera u otra. La calidad, en estas condiciones, se entendía, en el mejor de los casos, como conformidad con las especificaciones. Es la época de las primeras implantaciones de Técnicas de Calidad propiamente dichas, fundamentalmente de detección y corrección de fallos. Se trata de herramientas de medida e inspección dedicadas al control de la calidad obtenida. Realmente, en tal época primaba la productividad, por lo que era frecuente la producción de una cantidad superior a la necesaria, para compensar los fallos.
La existencia de unas especificaciones escritas y aceptadas entre el comprador y el vendedor, hace que exista un mínimo soporte para que pueda comprobarse su cumplimiento de manera clara. Las formas de comprobación se limitaban al control final de la calidad, bien al 100% de las unidades en cuestión o bien de unidades seleccionadas muestralmente representativas del total. Irrumpen así las técnicas estadísticas en el ámbito de la calidad, tanto para el control final de calidad, como para los controles de proceso.