La reglamentación federal tanto de la OSHA como de la EPA sobre los niveles de exposición permisible para los agentes tóxicos del aire ha estimulado a las industrias de la electrónica e instrumentación a fabricar instrumentos nuevos y más precisos para determinar concentraciones.
El interés en partes por millón ha cedido el paso a un escrutinio más riguroso que detecte partes por mil millones.
Estas exigencias están poniendo a prueba la física de los instrumentos, y los resultados son
imprecisiones a gran escala.
Con estas necesidades de alta tecnología en los dispositivos de medición atmosférica, uno pensaría que la vigilancia de la contaminación del aire sería un nuevo campo. Ahora bien, ha habido otras
formas, más burdas, de vigilar el aire que respiramos. Se utilizaban animales para probar la presencia
de gases tóxicos o deficiencias de oxígeno.
A menudo se bajaba a las minas un canario o un ratón en
una jaula. Si el animal moría, era una alerta a los trabajadores sobre el riesgo. Para probar la falta de
oxígeno se utilizaba una lámpara de seguridad de flama, cuya llama se apagaba si la proporción de
oxígeno en la atmósfera era muy baja. Se suponía que una llama que ardiera con mayor brillantez era
indicación de la presencia del gas metano.
Estos métodos eran burdos, pero proporcionaban cierta indicación esencial de grados agudos de
exposición.
Con el reconocimiento de los umbrales límites y el aumento en importancia de la exposición crónica, la prueba del canario o de la llama se volvió inadecuada. En efecto, cuando el canario
mostrara síntomas de cáncer o tejido cicatricial en los pulmones, los trabajadores también habrían
sido víctimas. Aparte, la vida de los animales es demasiado corta para proyectar el efecto crónico al
que los seres humanos pueden ser susceptibles.
Hoy se cuenta con cuatro métodos básicos para medir la exposición a contaminantes en el aire:
1. Instrumentos de lectura directa
2. Muestreo con tubos detectores
3. Muestreo con análisis subsecuente de laboratorio
4. Dosímetros
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