Más insidiosos que los irritantes son los venenos, que atacan órganos o sistemas, a veces según
mecanismos tóxicos aún no comprendidos. Por ejemplo, a los hidrocarburos clorados, comunes en
solventes y desengrasantes, se les acusa de dañar el hígado.
Probablemente el plomo es el veneno sistémico mejor conocido entre los que se encuentran en el
trabajo.
El plomo está desapareciendo de los pigmentos de pintura, debido a su reputación, pero todavía
aparece en el plomo tetraetilo, que se añade a la gasolina. El autor de este libro trabajó en una planta de
plomo tetraetilo, y sabe que desde hace décadas sus trabajadores estaban conscientes de lo que el plomo
puede hacerle al organismo: ataca la sangre, el sistema digestivo y el sistema nervioso central, incluyen-
do el cerebro. Las autopsias han demostrado también daños en ríñones, hígado y sistema reproductor,
pero estos resultados no son concluyentes. Otros metales tóxicos son el mercurio, el cadmio y el manga-
neso.
El magnesio, que a veces es confundido con el manganeso, es menos tóxico.
Otro veneno sistémico importante es el bisulfuro de carbono. El bisulfuro de carbono es poco
común en el sentido de que sus riesgos son extremos, tanto desde el punto de vista de la seguridad
(incendio y explosión) como de la salud. Es muy utilizado en la industria como solvente, desinfectan-
te e insecticida. Como veneno sistémico, el bisulfuro de carbono ataca el sistema nervioso central. El
alcohol metílico (metanol), un solvente popular, también es un veneno sistémico al sistema nervioso
central, pero es mucho menos potente que el bisulfuro de carbono. De hecho, el metanol es incluso
aceptable, en pequeñas cantidades, como aditivo en alimentos. El alcohol metílico también presenta
riesgo de incendio y explosión.
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