El ser humano sufre muchos millones de ionizaciones en su masa de ADN cada
día por causa de las fuentes naturales de radiación. Sin embargo, el cáncer no produce
más de una de cada cuatro muertes, y sólo una pequeña fracción de éstas es atribuible a
la radiación. Se puede afirmar, por tanto, que el proceso que conduce desde la creación
de un par iónico en la molécula del ADN hasta la aparición de un cáncer es altamente
improbable.
Por otra parte, alrededor del diez por ciento de los recién nacidos sufre algún tipo
de defecto hereditario, desde ligeras afecciones, como el daltonismo, hasta graves
incapacidades, como el síndrome de Down. Los efectos genéticos pueden clasificarse en
dos categorías: alteraciones en el número y la estructura de los cromosomas, y
mutaciones de los genes. Las mutaciones genéticas se clasifican, a su vez, en
dominantes (que aparecen en los hijos de quienes las padecen) y recesivas (que sólo
aparecen cuando ambos progenitores poseen el mismo gen mutante).
A pesar de las numerosas investigaciones llevadas a cabo en las últimas
décadas, la información relativa al cáncer o a los defectos hereditarios inducidos por la
radiación a bajas dosis es todavía escasamente significativa, siendo ésta una cuestión
todavía abierta a la discusión científica (véase la Fig. 12). Para realizar estimaciones
válidas del riesgo, deben reunirse ciertas condiciones: en primer lugar, debe conocerse
con exactitud la dosis de radiación absorbida por todo el cuerpo o en los órganos de
interés; la población irradiada ha de ser observada durante décadas a fin de que todos
los tipos de daño tengan tiempo de aparecer; y, puesto que también se presentan
naturalmente por múltiples causas, se deberá disponer de una población de referencia,
pero que no haya sufrido la irradiación, a fin de poder saber casos habrían aparecido en
ausencia de ésta. Tales estudios incluyen a los supervivientes de las bombas atómicas
de Hiroshima y Nagasaki, y a diversos grupos que sufrieron irradiaciones con fines
médicos.
El principal problema reside en que los grupos de población de los estudios que
han resultado concluyentes recibieron dosis de radiación significativamente superiores a
las habituales en el campo profesional, o en la vida cotidiana. Por ello, no queda más
alternativa que extrapolar los riesgos conocidos, producidos por dosis altas, al campo de
las dosis reducidas. Prudentemente, los organismos internacionales expertos en el tema4
suponen la inexistencia de umbral para la aparición de cánceres o de efectos
hereditarios, y además que existe un incremento lineal constante del riesgo con el
aumento de las dosis recibidas.
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