Además el uranio, al desintegrarse de forma natural, provoca la aparición del gas
radón, que se difunde a través de las grietas y poros del suelo y de los materiales de
construcción, alcanzando el aire que respiramos, siendo especialmente importante su
influencia en el interior de los edificios, ya que al aire libre se dispersa con más facilidad.
Los productos de la desintegración del radón, sus descendientes, son también
radiactivos, pero ya sólidos, y quedan normalmente unidos a las partículas de polvo
presentes en el aire. Las cantidades de radón, torón (fruto de la desintegración del torio) y
sus descendientes varían enormemente según el tipo de rocas que formen el suelo y los
materiales con que estén construidos los edificios, como también influye mucho el tipo de
ventilación de los edificios. Se puede decir que, en promedio, en los pulmones de un
habitante de España se desintegran cada hora unos 30.000 átomos, que emiten
partículas a o b y algunos rayos g. Estos contribuyen aproximadamente al 45% de la
dosis promedio mundial (con 1 mSv al año).
Por último, con los alimentos y bebidas también ingerimos radionucleidos
naturales, destacando el uranio y sus descendientes y sobre todo el 40K, del que el
organismo humano es portador de una cantidad suficiente como para que cada hora se
desintegren en él unos 15.000.000 de átomos. Algunas aguas minerales, procedentes de
macizos graníticos ricos en uranio y ciertos alimentos como el marisco, son especialmente ricos en material radiactivo natural. Esta contribución viene a suponer el
12% de la dosis media mundial (0,3 mSv al año).
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